sábado, 2 de febrero de 2013

Momo sabe de arte

La literatura fantástica ha ido denostada en ocasiones como un subgénero de entretenimiento que sólo permite evadirnos de la realidad sin aportar nada nuevo. Puede que, en parte, haya algo de razón en esta afirmación porque nos lleva a mundos lejanos, increíbles y que dejan el camino libre a nuestra ferviente imaginación. Pero el asunto ha llegado a tal punto que no se sabe si etiquetar algunos libros como literatura fantástica o como algo que se le acerca pero no llega a serlo. Cualquier obra de arte literaria que no refleja fielmente la realidad y añade algún elemento mágico o sobrenatural a la ficción ya pertenece a este género y no, por ello, quiere decir que no haya verdad en sus palabras ni que la historia reflejada sea verosímil.
Algunos autores son unos auténticos maestros del género como lo demuestra Michael Ende en La Historia Interminable. Hoy os quiero presentar a la protagonista del libro que lleva por título su  nombre propio escrito por este mismo autor. El fragmento que he escogido pertenece dentro de la historia a un cuento que Gigi, amigo de la niña, le contó a ella una noche en su anfiteatro:

Erase una vez una hermosa princesa llamada Momo, que vestía de seda y terciopelo y vivía muy por encima del mundo, sobre la cima de una montaña, cubierta de nieve, en un castillo de cristal de colores.
Tenía todo lo que se puede desear, no comía más que los manjares más finos y no bebía más que el vino más dulce. Dormía sobre almohadas de seda y se sentaba en sillas de marfil. Lo tenía todo, pero estaba completamente sola.
Todo cuanto la rodeaba, servidumbre, camareras, gatos, perros y pájaros, hasta las flores, no eran más que reflejos de un espejo.
Porque resulta que la princesa Momo, tenía un espejo mágico grande, redondo y de la más pura plata. Lo enviaba cada día y cada noche por todo el mundo. Y el gran espejo flotaba sobre países y mares, sobre ciudades y campos. La gente que lo veía no se sorprendía ni pizca, sino que decía: "Es la luna".
Y cada vez que el espejo volvía, echaba delante de la princesa todos los reflejos que había recogido durante su viaje. Los había bonitos y feos, interesantes y aburridos, según como salía. La princesa escogía los que le gustaban, mientras que los otros los tiraba simplemente a un arroyo. Y los reflejos liberados volvían a sus dueños, a través del agua, mucho más deprisa de lo que imaginas. A eso se debe que veas tu propia imagen reflejada cuando te inclinas sobre un pozo o un charco de agua.
A todo eso he olvidado decir que la princesa Momo era inmortal. Porque nunca se había mirado a sí misma en el espejo mágico. Pues quien veía en él su propia imagen, se volvía, por ello, mortal. Eso lo sabía muy bien la princesa Momo, y por lo tanto no lo hacía. De ese modo vivía con todas sus imágenes, jugaba con ellas y estaba bastante contenta.
Pero un día, el espejo mágico le trajo una imagen que le importó más que todas las otras. Era la imagen de un joven príncipe. Cuando lo hubo visto sintió tal nostalgia que quiso llegar hasta él como fuera. Pero, ¿cómo? No sabía dónde vivía, ni quién era, no sabía siquiera cómo se llamaba.
Como no encontraba otra solución, decidió mirarse por fin en el espejo. Porque pensaba: a lo mejor el espejo llevará mi imagen hasta el príncipe. Puede que mire casualmente hacia el cielo, cuando pasa el espejo, y verá mi imagen. Acaso siga el camino del espejo y me encuentre aquí.
Así que se miró largamente en el espejo y lo envió por el mundo con su reflejo. Pero así, claro está se había vuelto mortal.
Este príncipe se llamaba Girolamo y vivía en un reino fabuloso. Todos los que vivían en él lo amaban y admiraban. Un buen día los ministros dijeron al príncipe: "Majestad, debéis casaros, porque así es como debe ser".
El príncipe Girolamo no tenía nada que oponer, de modo que llegaron al palacio las más bellas señoritas del país para que puediera elegir una. Todas se habían puesto lo más guapas posible, porque todas querían casarse con él.
Pero entre las muchachas también se encontraba un hada mala, que no tenía en las venas sangre roja y cálida, sino sangre verde y fría. Claro que eso no se le notaba, porque se había maquillado con mucho cuidado.
Cuando el príncipe entró en el gran salón dorado del trono para hacer su elección, ella pronunció rápidamente un conjuro, de modo que Girolamo no vio a nadie más que a ella. Y además le pareció tan hermosa, que al momento le preguntó si quería ser su esposa.
-Con mucho gusto-dijo el hada mala,-pero pongo una condición.
-La cumpliré-respondió Girolamo, irreflexivo.
-Está bien-contestó el hada mala, y sonrió con tanta dulzura, que el desgraciado príncipe casi se marea-, durante un año no podrás mirar el flotante espejo de plata. Si lo haces, olvidarás al instante todo lo que es tuyo. Olvidarás lo que eres en realidad y tendrás que ir al país de Hoy, donde nadie te conoce, y allí vivirás como un pobre diablo. ¿Estás de acuerdo?
-Si no es más que eso- exclamó el príncipe Girolamo-, la condición es fácil.
¿Y qué había ocurrido mientras tanto con la princesa Momo?
Había esperado y esperado, pero el príncipe no había venido. Entonces decidió salir a buscarlo ella misma. Devolvió la libertad a todas las imágenes que tenía a su alrededor. Entonces bajó, totalmente sola y en sus suaves zapatillas, desde su palacio de cristal de colores, a través de las montañas nevadas, hacia el mundo. Recorrió todos los países, hasta que llegó al país de Hoy. A estas alturas sus zapatillas estaban gastadas y tenía que ir descalza. Pero el espejo mágico con su imagen seguía flotando por el cielo.
Una noche, el príncipe Girolamo estaba sentado en el tejado de su palacio dorado y jugaba a las damas con el hada de la sangre verde y fría. De repente cayó una gota diminuta sobre la mano del príncipe.
-Empieza a llover-dijo el hada de la sangre verde.
-No-contestó el príncipe-, no puede ser porque no hay ni una sola nube en el cielo.
Y miró hacia lo alto, directamente al gran espejo mágico plateado que flotaba allí arriba. Entonces vio la imagen de la princesa Momo y observó que lloraba, y que una de sus lágrimas le había caído sobre la mano. En el mismo momento se dio cuenta de que el hada lo había engañado, que no era hermosa y que en sus venas sólo tenía sangre verde y fría. Era a la princesa Momo a la que amaba en verdad.
-Acabas de romper tu promesa-dijo el hada verde, y su cara se crispó hasta parecer la de una serpiente- y ahora me has de pagar.
Introdujo sus largos dedos verdes en el pecho de Girolamo, que se quedó sentado como paralizado, y le hizo un nudo en el corazón. En ese mismo instante olvidó que era el príncipe Girolamo. Salió de su palacio y de su reino como un ladrón furtivo. Caminó por todo el mundo, hasta que llegó al país de Hoy, donde vivió en adelante como un pobre inútil desconocido y donde se llamó simplemente Gigi. Lo único que había llevado consigo era la imagen del espejo mágico. De entonces en adelante, quedó vacío.
Mientras tanto, los vestidos de seda y terciopelo de la princesa Momo se habían gastado. Ahora llevaba un chaquetón de hombre, viejo, demasiado grande, y una falda de remiendos de todos los colores. Y vivía en una vieja ruina.
Aquí se encontraron un buen día. Pero la princesa Momo no reconoció al príncipe Girolamo, porque ahora era un pobre diablo. Tampoco Gigi reconoció a la princesa, porque ya no tenía aspecto de princesa. <pero en la desgracia común, los dos se hicieron amigos y se consolaban mutuamente.
Una noche, cuando volvía a flotar en el cielo el espejo mágico, que ahora estaba vacío, Gigi sacó del bolsillo la imagen y se la enseñó a Momo. Estaba ya muy arrugada y desvaída, pero aún así, la princesa se dio cuenta en seguida de que se trataba de su propia imagen. Y entonces también reconoció, bajo la máscara de pobre diablo, al príncipe Girolamo, al que siempre había buscado y por quien se había vuelto mortal. Y se lo contó todo.
Pero, Gigi, triste, movía la cabeza y dijo:
-No puedo entender nada de lo que dices, porque tengo un nudo en el corazón, por lo que no puedo acordarme de nada.
Entonces, la princesa Momo metió la mano en su pecho y desató, con toda facilidad, el nudo que tenía en el corazón. Y, de repente, el príncipe Girolamo volvió a saber quién era y cuál era su lugar. Tomó a la princesa de la mano y se fue con ella muy lejos, a su país.
Una vez que Gigi hubo concluido, ambos callaron un ratito; después Momo preguntó:
-¿Y después fueron marido y mujer?
-Creo que sí-dijo Gigi- más tarde.
-¿Y han muerto?
-No-dijo Gigi con decisión-. Resulta que eso lo sé exactamente. El espejo mágico sólo hacía a alguien mortal cuando se miraba en él a solas. Pero si se miran dos, ambos vuelven a ser inmortales. Y eso hicieron ellos.
La luna relucía grande y plateada sobre los pinos negros y hacía brillar misteriosamente las viejas piedras de la ruina. Momo y Gigi estaban sentados en silencio el uno al lado del otro y se miraron largamente en ella: sintieron con toda claridad que, durante ese instante, ambos fueron inmortales.


Si lo habéis leído, podéis ir más allá y reflexionar si la fantasía encierra algún tipo de conocimiento y os llega a tocar el alma. Como dice Michael Ende: ' el tiempo es vida y la vida reside en el corazón.'